lunes, 20 de octubre de 2008

Presupuesto 2009 - Dip. Morandini

PRESUPUESTO 2009
Reflexiones de la diputada nacional
Norma Morandini

Versión taquigráfica- Sesión especial 15 de octubre de 2008.-

Señora presidenta: cuando escucho tantos números no puedo menos que preguntarme si es contando las lágrimas como se mide el dolor. Seguramente si salgo a medir quién llora más y quién llora menos y lo reflejo en número de lágrimas no podré determinar quién efectivamente tiene más sufrimiento, porque no se trata de eso. Se trata de ponerle alma a esas cifras, y sobre todo de restituir el corazón de lo que es, al menos como definición, este Congreso: el alma y el corazón de la democracia.
Estrené esta banca un día en que esta Cámara debía votar un proyecto de presupuesto, y como malentendía los números que se me presentaban pedí permiso para abstenerme. Pero no por eso ignoraba que la función fundamental de este Congreso es, precisamente, aprobar una propuesta del gobierno que nos permite saber qué se va a hacer con los recursos de los argentinos, cómo se va a distribuir el dinero de los argentinos, si se va a priorizar la educación sobre la defensa, si se van a armonizar las desigualdades, etcétera. Esta es nuestra función para tratar de cumplir con el mandato constitucional de que los recursos sean distribuidos entre la Nación y las provincias de una manera solidaria y equitativa.
Desgraciadamente, rápido aprendí que la Constitución no es un chaleco de fuerza sino un traje a medida que se utiliza según la coyuntura. También pronto aprendí, de colegas de este recinto por los cuales tengo un enorme respeto intelectual y adhesión política, a entender que en el presupuesto se dibujaban los números y se subvaluaba la inflación o el crecimiento porque de esa manera se podía contar con más recursos. El gobierno al que teníamos que controlar contaba con una delegación de facultades, con estos superpoderes que le permitieron, por ejemplo en el presupuesto del año pasado, utilizar un 31 por ciento más de lo que se tenía presupuestado.
En este afán de entender me dediqué a leer todos los debates parlamentarios desde la crisis del año 2001, esos debates que me tuvieron a mí, como a tantos argentinos, mirando desde la televisión lo que aquí se discutía. Me llamó mucho la atención que sólo hablamos de números. Si puedo hacer una ironía, que no quiero que se convierta en cinismo, me parecía que muchos de los argumentos que se usaban para justificar la ley de emergencia o la delegación de poderes bien podían haber sido los argumentos que se utilizaron en el Congreso de los Estados Unidos cuando se permitía ese salvataje. Ellos no cayeron en la tentación de ir en contra de las instituciones porque esa es la fuerza de lo que después pudieron hacer en términos políticos.
Pero en esa lectura encontré algo que decía una diputada con la que inmediatamente me identifiqué. Esa diputada se preguntaba lo mismo que yo me he preguntado leyendo todos esos debates parlamentarios de la crisis del año 2001. Ella se preguntaba cómo puede ser que un discurso pueda funcionar por aplicación de una medida que es exactamente contraria a la otra. ¿Cómo puede ser que dos discursos iguales resulten funcionales ante dos situaciones diferentes? Eso cuestionaba la entonces diputada Cristina Fernández, hoy presidenta de la Nación. Y ella misma daba una respuesta a esas dos preguntas de las que yo también me hice eco y respecto de las cuales me sentí identificada. La respuesta que daba la entonces diputada era que se trataba de una cuestión de modelo.
En esto sí la presidenta ha sido coherente, porque sigue hablando de modelo. En ese sentido me animo a preguntar qué modelo es éste, que acuerda con las corporaciones, como son los gremios y los empresarios, y no con nosotros, que somos la expresión política. ¿Qué modelo es éste que niega la posibilidad de debatir y de que se hagan efectivos aportes, habiendo tantísimos diputados que se sientan de este lado del recinto que también son parte de nuestro país? Digo esto porque otra cosa que he aprendido rápido, con mucho dolor, es que en este Parlamento, como en todos los parlamentos ‑que por definición tienen que ser plurales‑, somos diferentes pero no somos todos desiguales. Tal vez tendríamos que insistir sobre esta idea. Los Parlamentos monocolor son antidemocráticos por definición, de modo que insisto en que acá somos diferentes pero no tenemos que ser desiguales, como pasa todo el tiempo, inclusive cuando se aplica el reglamento.
De manera que puedo preguntar perfectamente si no hay una relación directa entre las crisis y esta delegación de facultades, este quitarle el corazón a esta institución que tiene que recuperar su rol. No se trata de que pongamos las cámaras y los ciudadanos miren qué pasa en este recinto. Lo que tenemos que recuperar es la política, porque cuando uno lee los debates parlamentarios de la crisis ve también cómo por hablar del número se canceló el valor y por hablar del precio no se aludía a la política.
En eso los argentinos, que vamos siempre a contramano, fuimos los primeros alumnos, los más aplicados, cuando en el mundo, o concretamente en Estados Unidos, se decía: “Es la economía, estúpido.” Y no lo decía un político sino aquellos que han sustituido a la política, que son los asesores de imagen, que son los que nos hicieron creer que la política no servía porque lo que contaba era la economía. Es la economía, estúpidos.
Y resulta que hoy lo que está salvando a esa economía en crisis es la política. Siento decir a algunos colegas, que se ufanan con la caída del capitalismo, que no es la caída del capitalismo; esto es el capitalismo más duro y puro. Es el Estado que sale a salvar los intereses de los privados. Entonces, tal vez tendríamos que aprender, no jactarnos de las desgracias ajenas, porque no es cierto que engripándose la economía más poderosa del mundo nosotros ni siquiera vamos a estornudar.
De modo que tendremos que reivindicar con mucha fuerza que no sea la economía sino que sea la política, sobre todo porque tal vez éste es uno de los parlamentos, en los veinticinco años de democracia, donde más se ha reconocido a las víctimas de la dictadura militar. Esa dictadura militar y el autoritarismo que a lo largo de tantos años devaluó tanto a la política hizo creer a los argentinos que la política era una cosa sucia, lo que después tuvo una enorme continuidad en la década del 90, donde la política sobraba porque lo que contaba eran los números.
No se puede criticar a la dictadura y no corregir lo que nos dejó como irregularidad, que es esta delegación de facultades y este gobernar por la fuerza. No se puede condenar a la década del 90 y seguir utilizando aquellos instrumentos que permitieron hacer todo lo que hoy padecemos.
Como la presidenta, yo digo que el problema es el modelo, pero hay que preguntarse y sincerar cuál es el modelo; si creemos efectivamente y tenemos compromisos con un modelo democrático donde somos diferentes pero iguales ante la ley, o si tenemos una concepción política de poder que cancela los derechos, que no habla de ciudadanía porque alcanza con tener recursos para después domesticar y llevar a las provincias a arrodillarse y humillarse, porque no nos garantizan lo que corresponde. Ya ni siquiera lo que nos corresponde de la coparticipación sino cada vez menos.
Una provincia como Córdoba, orgullosa, se encuentra en penitencia y es un rehén porque ya tiene una dependencia del 80 por ciento del gobierno nacional. Insisto en que tienen que venir las provincias a canjear votos por favores. El gran cadáver que nos ha dejado la dictadura, colegas, ha sido la política.
Vivificar la política es la tarea de este Parlamento, porque si no vivificamos la política vamos a seguir haciendo un simulacro, y en lugar de venir a aprobar un presupuesto lo que se vendrá a hacer es convalidar lo que ya se decidió en otra parte.
Vuelvo a decirlo de una manera campera: venimos a entregar un lazo para que después nos maniaten, nos enlacen, y lograr que nos cancelemos como legisladores y en lo que tiene que ser nuestra función en este Parlamento, que es garantizar que los recursos se distribuyan de una manera equitativa y solidaria.

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